Escribí esta canción (o intento de una :P). A ver si un día le pongo musiquita.
I wrote a statement while
you laid unconscious on the floor
I promised not to folllow you
once you were up
It took you days
It took you days
We had counted rocks
which shined under the sun
they flashed in our eyes
that was enough
that was enough
Don't lead me back to the shore
Don't lead me back to the shore
I'll stay here quiet and calm
I'll stay here quiet and calm
The old port remains the same
maybe emptier without our
disturbing laughts
the kids have flown away
Where are they now?
Probably high
probably high
Reniego de ser Homo sapiens y me asumo como Neohomo neanderthalensis. Aquí nomás cantinfleo.
jueves, 19 de marzo de 2009
martes, 10 de marzo de 2009
La Pecera
(Cuento)
La mesita gastada de madera, las dos sillas de color dispar que hacían las veces de muebles para invitados (invitados prácticamente inexistentes, pues aquel domicilio solía ser un lugar muy poco concurrido), y la delgada lámpara de lectura que irradiaba una luz fría e incluso desagradable. El mismo escenario de siempre, carente ya de interés para Braulio, quien dirigía una mirada adusta al pequeño departamento –“y la pecera, ¡la maldita pecera!”- pensó el muchacho, mientras observaba a su novia Rebeca, sentada en cuclillas dándole la espalda a él, entretenida en seguir con la vista a los pececillos que se paseaban veloces de un lado a otro dentro del recipiente rectangular de cristal.
La mesita gastada de madera, las dos sillas de color dispar que hacían las veces de muebles para invitados (invitados prácticamente inexistentes, pues aquel domicilio solía ser un lugar muy poco concurrido), y la delgada lámpara de lectura que irradiaba una luz fría e incluso desagradable. El mismo escenario de siempre, carente ya de interés para Braulio, quien dirigía una mirada adusta al pequeño departamento –“y la pecera, ¡la maldita pecera!”- pensó el muchacho, mientras observaba a su novia Rebeca, sentada en cuclillas dándole la espalda a él, entretenida en seguir con la vista a los pececillos que se paseaban veloces de un lado a otro dentro del recipiente rectangular de cristal.
Haciendo cuentas, ya habían pasado dos años y medio desde que la pareja decidió mudarse a vivir en aquel pequeño espacio, lejos de su familia y amigos para sentirse independientes y maduros. –Amor, no necesitamos lujos mientras nos tengamos uno al otro- había dicho Rebeca cuando fueron a ver el departamento, y Braulio se sintió complacido con ese argumento. Transcurrido un año, su “nido de amor” comenzó a tornarse en una estampa aburrida y rutinaria, donde lo más interesante que acontecía era el movimiento dentro de la pecera que Braulio regaló a Rebeca como regalo de cumpleaños. No había sido porque él quisiera tener peces en el lugar donde vivía, sino porque de regreso de su trabajo había pasado frente a un acuario y fue lo único que se le ocurrió comprar, cansado y sin interés por ir a buscar otra cosa. Pero después de un par de meses, Braulio había aprendido a detestar la figura de la luminosa pecera empotrada en un pequeño mueble de metal oscuro. Era por la sensación que le causaba al mirarla, como de vacío gélido y movimiento forzado; sensación que aumentaba dentro de él cuando se ponía a contemplar a Rebeca ensimismada con los diminutos peces, como si fueran el suceso más emocionante del mundo.
Y este era uno de tantos días, que transcurrían idénticos y Braulio casi no podía distinguir uno de otro: trabajo, departamento, pecera. Se levantó inexpresivo del sofá rojo en el que estaba sentado y atravesó la sala (en realidad todo el departamento era un solo cuarto, a excepción de las dos habitaciones que ocupaban por las noches Braulio y Rebeca, pues últimamente dormían en recámaras separadas). El muchacho entró en su habitación, cerró la puerta y se tumbó sobre la cama, con la vista fija en el techo de ladrillos desgastados. Estuvo así durante un largo rato, incluso mucho después de haber escuchado que Rebeca apagaba la luz de la sala y cerraba la puerta de su dormitorio. De pronto, una breve e infantil sonrisa se dibujó en el rostro de Braulio, una de aquellas expresiones que aparecen cuando se tiene una idea agradable o se hace un descubrimiento divertido. El joven hombre comenzó a tararear la canción Proud Mary y se incorporó de la cama. Salió de la habitación y se dirigió al rincón donde guardaban algunos artefactos y herramientas. Tomó un martillo oxidado de tamaño mediano, y se aproximó a la pecera, que despedía un brillo fantasmagórico en la oscuridad de la sala, debido a la iluminación artificial fluorescente. Braulio acercó el rostro al cristal para observar a los múltiples peces que nadaban furiosos y frenéticos, según le pareció al muchacho. Pudo ver en sus ojillos algo sumamente inquietante y acusador; entonces Braulio retrocedió atemorizado y dijo en voz alta:- ¡no me miren así! Ya entendí, no es su culpa, ustedes sólo son esclavos, ¡yo los haré libres porque también soy esclavo! Sé que la odian como yo, pero pronto nadaremos lejos, muy pronto-. El hombre caminó en dirección al dormitorio de Rebeca, con una rara expresión y el martillo en la mano derecha, repitiendo pronto, muy pronto, una y otra vez, como un mantra grabado en su voz. Braulio abrió la puerta, levantó la pesada herramienta y sonrió…
No le importaron los gritos proferidos mientras completaba su trabajo, las manchas de sustancia color rojo oscuro que salpicaban su rostro, manos y ropa, tampoco el sonido de las sirenas de ambulancias y patrullas aproximándose al edificio donde se localizaba su departamento, que habían sido alertadas por la vecina de la vivienda contigua, cuyo delgado muro que hacía la separación entre los dos departamentos le había permitido escuchar todo. No, nada de eso importaba, ni siquiera las cuatro paredes blanquecinas que ahora lo rodeaban, o la mirada del custodio que lo vigilaba a través de una hendidura con barrotes: Braulio sonreía satisfecho porque nadaba, flotando en un océano infinito donde no existían más que el agua cristalina y él.
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